Introducción a la pandemia: apuntes para la militancia
«La militancia tiene qué hacer: apostar todos sus esfuerzos a que la pandemia deje espacio a una nueva primavera ideológica, donde las discusiones cerradas en el mundo desde 1989 puedan ser reabiertas, sin prejuicios y con absoluto rigor. Ya es una obviedad que el Estado resulta imprescindible…».
Por Damián Selci*
1. La voluntad política contemporánea. Circula por las redes sociales un libro llamado Sopa de Wuhan, que tiene el mérito archivístico de compilar algunos textos sobre el coronavirus. Los escritores fortuitos de este volumen son Alain Badiou, Jean-Luc Nancy, Slavoj Zizek, David Harvey, Giorgio Agamben, Franco Berardi, Judith Butler, Byung-Chul Han, Gabriel Markus… La enumeración de nombres impresiona. Son todos los grandes ensayistas contemporáneos. Y sin embargo Sopa de Wuhan tiene aspecto de no servir para nada. ¿Por qué será? Probemos una respuesta: porque sus lectores no harán nada con él. Y no por lerdos o perezosos. Sucede que ninguno de estos textos se preocupa por encarar la simple pregunta leninista de “qué hacer”. Nunca dicen: dadas las condiciones actuales, debemos hacer tal cosa o tal otra. No hay ningún planteo de objetivos políticos. Se filosofa sobre el coronavirus con altura, con ingenio o con displicencia, y en todos los casos sin resultados. Pero esto no es culpa directa de los autores. El problema reviste un carácter masivo, histórico: si no podemos ni siquiera plantearnos la pregunta de “qué hacer (con la pandemia o con lo que fuere)”, es porque antes nos falta resolver la cuestión de quién hará lo que haya que “hacer”. Lo que comparten todos estos textos, ciertamente, es la falta de una voluntad política, un príncipe maquiaveliano al que se dirigirían para conceptualizar la cuarentena mundial y para discutir luego líneas de acción. Todo eso no existe, y en su lugar sólo puede haber lo que hay: reflexiones reflexivas y lectores hartos… Este arranque puede sonar un poco hosco, pero nos permitirá establecer la siguiente premisa: para nosotros, la voluntad política contemporánea es la militancia. Si ante la coyuntura queremos superar el mero estilismo filosófico, lo que se diga sobre el coronavirus tiene que estar apuntado a la militancia, y la reflexión debe desembocar en una línea de acción. No nos importará, a continuación, saber qué significa la pandemia, sino saber qué puede significar para la militancia.
2. El silencio de los neoliberales. Para la militancia, cuyo propósito final es que todo el mundo se vuelva responsable y en alguna medida militante, la pandemia representa en primera instancia un golpe tremendo a su enemigo histórico: el discurso individualista neoliberal. Quizá nunca vimos tan desorientado al capital financiero y sus voceros. Tal vez solamente en 2001, después de la gran crisis de la deuda, cuando todo lo que oliera a “mercados” apestaba. Hoy pasa lo mismo, pero a nivel mundial, y por ende de manera mucho más aguda y crítica. Además, mientras China y Cuba mandaban insumos médicos a países europeos, la reacción de los presidentes neoliberales del mundo fue pésima. Con los literalmente soberbios fracasos de Trump, Boris Johnson o Bolsonaro, queda claro que la derecha internacional no posee hoy la conducción ideológica de la crisis. La derecha se siente cómoda cuando los temas son el narcotráfico o la inmigración. Ante la pandemia, notoriamente, enmudeció. De mínima esto significa que ha aparecido un tema de discusión pública, que afecta directamente a la vida y a la muerte de millones de personas, donde la derecha no parece tener nada que decir.
3. ¿Quién paga la cuarentena? Quizá lo más impresionante de estas horas sea comprobar la abrupta superioridad del Estado sobre el mercado. Se nota quién manda realmente cuando las papas queman. De hecho, es posible que la inepta reacción neoliberal no haya tenido que ver solamente con sus malas conducciones actuales (Trump y Bolsonaro son obviamente inferiores a Thatcher y Pinochet), sino también con una equivocada evaluación de la relación de fuerzas. Básicamente, la pandemia tiene costos, y toda la cuestión es quién los paga. La cuarentena supone que los trabajadores no trabajen y aun así vivan, de manera que deben recibir dinero sin trabajar. Esto es lo que está pasando en Argentina. Se trata de una situación inédita que provoca un trastocamiento ideológico profundo. Los neoliberales cometieron el pecado de ser muy “economicistas”, al punto de sostener que la economía debía seguir su curso sin importar la vida de la gente. En realidad, es lo que el capitalismo dice siempre, pero en este caso su marcha no fue triunfal, sino fúnebre. La cuarentena terminó imponiéndose como por sí misma. Y Alberto, quien conduce la crisis de manera excepcional, decidió que la cuarentena no la pagarán los de abajo. Esto generó la disputa con Techint, que echó a 1500 trabajadores para contradecirlo y retener autoridad empresarial. Que el neoliberalismo esté fracasando no significa que se deje vencer espontáneamente. Por eso Alberto los motejó de miserables y prohibió los despidos. Y esto empezó a teñir el debate sanitario mundial con los colores de las contradicciones económico-políticas. No obstante, la novedad de la situación merece un subrayado. Normalmente, los neoliberales aprovechan las crisis para imponer privatizaciones. Ahora, la crisis permite proponer estatizaciones: tal es la magnitud del cambio.
4. Individualismo y cadáveres. El individualismo vive su hora más difícil. La consigna de Alberto, “nadie se salva solo”, es una puñalada a la meritocracia. Tiene en parte que ver con la naturaleza del virus: como todavía no existe vacuna, tener mucho dinero no resuelve nada. El único remedio es el aislamiento y el gobierno argentino se preocupa de que no sea un costo inafrontable para los sectores populares. La excepción no deja de poner todo patas arriba. Se da hoy la paradoja de que el aislamiento es lo menos individualista que se puede hacer. De hecho, constituye la forma principal de responsabilidad pública. Nunca sonó peor el discurso individualista que ahora, cuando la irresponsabilidad de uno pone en peligro a muchos. En realidad, esto siempre es así, pero la pesadez de los cadáveres lo volvió insoportable.
5. Temor y temblor. La pandemia, con su lógica militar –unidad nacional, conteo diario de muertos y heridos, cuarentena generalizada, precios máximos, preponderancia de la logística, irrelevancia de la macroeconomía–, está conmoviendo el tejido social de forma inédita. Por ejemplo: hoy, toda la clase trabajadora argentina está en su casa. ¿Qué está pensando, en las largas horas del aislamiento? ¿Qué conclusiones políticas sacará de las imprevistas condiciones de la época? Deberíamos tratar de incidir en esa reflexión multitudinaria y a la vez solitaria. Si en algo no se parece a una guerra esta situación es en un rasgo: los países no pueden movilizar a sus trabajadores y su industria al servicio de la producción bélica. La gente no sale de su casa. Y cuando va a comprar algo, sólo se lleva productos de primera necesidad. No queda lugar tampoco para el “consumismo”, que es el sitio de realización de la individualidad neoliberal. No se trabaja, se consume lo mínimo, campea el miedo, también el silencio. No desaparece la lucha ideológica, como se dice equivocadamente, sino que la confrontación adquiere toda la crudeza posible: se trata de verificar únicamente quién resuelve el problema del coronavirus. Y nada más. Si hay que aplicar socialismo de Estado, estalinismo de mercado, capitalismo neoliberal-fascista o una dictablanda sanitaria con rostro humano, pues bien, llegó el momento de ver quién es mejor. Traigan soluciones. Es ahora. Por eso resulta tan impresionante el silencio de los neoliberales.
6. La primavera ideológica. La militancia tiene qué hacer: apostar todos sus esfuerzos a que la pandemia deje espacio a una nueva primavera ideológica, donde las discusiones cerradas en el mundo desde 1989 puedan ser reabiertas, sin prejuicios y con absoluto rigor. Ya es una obviedad que el Estado resulta imprescindible y que el capital financiero no soluciona ningún problema importante. Parece casi inevitable que haya “más Estado” en cualquiera de las formas conocidas, y en algunas nuevas también. Pero la militancia debería ocuparse de que el debate vaya mucho más allá. Evidentemente sin el Estado no se puede, pero con el Estado no alcanza. El simple cumplimiento de la cuarentena depende de la responsabilidad política de la población. Depende de que cada persona sea menos individualista y considere a los demás en sus decisiones. Y cuando el otro resulta efectivamente considerado, la reflexión comienza a tener las características del pensamiento militante. Si el individualismo pretende ser por sí, la militancia asume ser para otro. La impecable consigna de Cristina, “la Patria es el otro”, resuelve en cinco palabras todo el movimiento intelectual de la militancia. Ciertamente, el Estado es quien “en primera instancia” se ocupa del otro, bajo la figura jurídica del interés general. Pero con el Estado solo no alcanza. Es preciso, por decirlo con una comparación, que cada uno y cada una tenga la grandeza de miras del Estado y también piense en el otro: a esto llamaríamos militancia. La diferencia estriba en que es misión de cualquier Estado velar por la salud de la población, mientras que las personas sólo velarán por el otro en la medida en que lo decidan libremente, y asumiendo la responsabilidad absoluta por ello. De modo que la tarea de la militancia consiste en aprovechar el sensacional despiste del individualismo neoliberal ante el coronavirus para comenzar a discutir su hipótesis: que se puede tener una vida no-individual, y a partir de esto demoler, una por una, las columnas de la hegemonía capitalista.
7. La táctica y el programa. “Más Estado” es tan sólo una consigna inicial: el verdadero el programa político debe ser “Más militancia” –vale decir, que cada cual salga de la pandemia como una no-individualidad capaz de asumir la responsabilidad por asuntos que no son simplemente “los suyos”. Después de este desastre ya no debiera ser posible decir: ¡zapatero a tus zapatos! Si algo muestra una crisis sanitaria de tan gigantescas proporciones es que mi vida y mi salud no son sólo “mías”. Dependen de otra vida y de otra salud y se conforman a la par, “solidariamente” como se suele decir. Contra el discurso individualista, la pandemia demuestra severamente que no estoy sano si el otro no lo está. Mi salud es la del otro, o bien la salud es el otro. Nadie es sano solo: por esta vía ya se ha perforado la esfera de cristal neoliberal –pero hay que tomar esta afirmación como la primera de varias perforaciones: ¿soy verdaderamente rico si el otro es pobre? ¿Soy libre si otro es sometido? ¿Me realizo realmente si el otro se ve frustrado? En la medida que estas preguntas puedan formularse y debatirse ampliamente, podremos decir que, en lo ideológico, el siglo XXI por fin habrá comenzado. Esta es toda la hipótesis: ha llegado el momento de acelerar la imaginación y retomar, luego de tantas décadas, la ofensiva en materia teórico-política.
8. Generación Covid-19. Pero mientras tanto la pandemia recién ha empezado. Todavía no hay manera de calcular los horrores y los sismos que ella puede producir. Lo seguro es que su prolongación agudiza la lucha social por los costos de la crisis. Y la disputa puede mundializarse fácilmente. Ya existe una “carrera bioquímica” por ver quién descubre primero la vacuna. Y luego la cuestión de su precio, y si habrá para todos, y quién tiene derecho a acceder a ella… La magnitud de la catástrofe podría llegar a ser la marca histórica decisiva de nuestra generación. No hay desastre que no pueda ocurrir. ¿Por qué no pensar que estamos en 1914? La imprevisibilidad de la coyuntura es máxima. De ahí que resulte crucial que la militancia pueda iluminar la oscuridad con una hipótesis de futuro. No se trata de ser optimista o pesimista en cuanto a la descripción de escenarios venideros, lo que en definitiva no sería sino prejuzgar. De lo que se trata es de saber qué queremos nosotros, la militancia, y cómo debemos incidir para que, en lo posible, sea nuestro escenario el que prevalezca. ¿Qué queremos? Esto: pasar a la ofensiva en el terreno ideológico, demostrando que el neoliberalismo y su sistema de valores resulta inservible para afrontar los desafíos del siglo XXI, y presentando la alternativa de una comunidad militante organizada. ¿Suena a mucho? Quizá, pero para luchar contra esta pandemia, que constituye la mayor crisis del siglo, se requieren niveles de solidaridad, organización y disciplina que el lassez faire moral de los neoliberales no podría soñar ni en sus peores pesadillas. Ha de ser notable ya que la salud de la humanidad no puede estar en manos del capital, y menos del capital financiero. De hecho, es probable que sea preciso un cambio de conciencia de grandes proporciones para evitar que los sistemas sanitarios colapsen y los muertos se multipliquen. La ciencia no vaticina que el coronavirus vaya a ser una gripe de temporada. Todo indica que el conflicto durará: no sólo el coronavirus, sino sus incalificables consecuencias económicas (con respecto a ellas, cualquier pronóstico debe, para ser creíble, ser temerario). El porvenir es largo, como decía Althusser, y seguramente nuestros hábitos deban cambiar, y muchas cosas deban cambiar. En todo caso, ante desafíos duraderos, ante crisis hondas y extendidas, nada peor que el individualismo y nada mejor que la organización, porque (como decía Perón) sólo la organización vence al tiempo, y sólo la militancia puede sostener en el tiempo a la organización –evitando que se paralice, que sus lazos orgánicos se rompan… Es tan indescifrable lo que tenemos por delante que un viejo lema militante de los 70, revitalizado durante el kirchnerismo, adquiere ahora toda su pertinencia y esplendor: como un mantra, el siglo XXI podría repetir para sí mismo unidad, solidaridad, organización, unidad, solidaridad, organización, porque el capitalismo neoliberal ha enmudecido y, en lo que respecta al futuro inmediato, ya no puede ni siquiera mentir.