Ficción en tiempos de individualismo
Por Yamila Larroude
Hoy resulta difícil negar que el discurso político tradicional haya perdido vigencia. El peronismo ya no interpela como antes: su retórica de justicia social y defensa del Estado perdió pregnancia, sobre todo en un contexto marcado por la precariedad cotidiana, el individualismo, la crueldad y una profunda falta de empatía social por parte del gobierno actual.
En este escenario de ausencias, la ficción emerge como un espacio de reconfiguración simbólica, que no necesita enunciar un discurso explícito para ser profundamente político. En otras palabras, las producciones audiovisuales empiezan a suplir un vacío de representación que la política -sobre todo la oposición peronista- no está logrando llenar: volver a dar sentido a lo colectivo.
El “nadie se salva solo” de la serie El Eternauta, o los valores que, desde el humor y el absurdo, propone División Palermo -inclusión, empatía, desnaturalización del privilegio- entran en tensión contra un discurso que desprecia lo colectivo, reduce lo político a lo económico, exalta la competitividad y ridiculiza cualquier expresión comunitaria. Lo mismo podría decirse de Okupas, cuya relectura reciente volvió a instalar la idea de vínculos de contención en los márgenes sociales. Ficciones que, en definitiva, se oponen a una narrativa que busca romper el pacto social básico.
Este contraste vuelve más evidente porqué la cultura, como campo de disputa simbólica, es sistemáticamente deslegitimada, precarizada o destruida. El arte, aunque siempre tuvo la capacidad de reponer lo oculto y recrear imaginarios colectivos, hoy tiene un rol central donde la política partidaria fracasa.
Quizás ahí resida hoy el mayor valor político de la ficción: su potencia para sostener el deseo de comunidad.