Una madre imparable ante las adversidades
El amor maternal es uno de los pilares más fuertes e incondicionales del mundo. Ese lazo que trasciende dificultades y barreras guía a los niños en su crecimiento y teje el entramado de comunidades enteras. En las comunidades vulnerables del norte de Argentina, donde la falta de agua, el acceso limitado a salud y educación, y la desnutrición son parte del día a día, el rol de las madres adquiere un valor fundamental. Ellas no solo sostienen a sus familias, sino que personifican la resistencia y la esperanza de un futuro mejor.
En este Día de la Madre, queremos compartirte la historia de Paula, una madre originaria que asiste al Centro de Pata Pila en Embarcación, Salta. Ella es una de esas mujeres que, pese a las adversidades, ha demostrado que la fuerza del amor y la determinación pueden transformar vidas.
El acceso limitado a la salud: el inicio de una larga lucha
Paula llegó al centro de Pata Pila, organización que trabaja con familias en situación de pobreza extrema de Argentina, buscando una respuesta que no encontraba. Su hija, a quien veía con preocupación, no recibía el diagnóstico que necesitaba. “Yo sabía que algo no estaba bien con ella, pero los médicos me decían que era normal. Me sentía desesperada. Cuando me hablaron de Pata Pila pensé: ‘Voy a ver si me pueden ayudar’”, cuenta Paula. La realidad de su comunidad, como la de muchas otras en Salta, dificulta el acceso a servicios básicos de salud. Aunque hay un hospital cercano, las derivaciones a hospitales especializados están a horas de la localidad, y el acceso al transporte es escaso.
A través del acompañamiento del equipo de Pata Pila, Paula descubrió que su hija tenía un retraso madurativo, un diagnóstico que cambió su vida. “Lo que más me ayudó no fue solo el diagnóstico, sino el apoyo que me dieron para aceptarlo. Me enseñaron que mi hija no es su diagnóstico, y que con amor y paciencia, ella puede superar barreras que antes me parecían imposibles” agrega.
Un cambio para su vida
Pero el mayor cambio en la vida de Paula no fue solo para su hija, sino para ella misma. Paula transformó su mirada y con ello su vida. “Al principio, me costaba aceptar que mi hija tenía un problema. Sabía que algo no estaba bien, pero me negaba a verlo. Hoy, gracias a Pata Pila, ella es otra. Hace cosas que antes no podía. Es como si hubiera renacido”. Paula reflexiona sobre cómo cambió también su propia actitud: “Uno a veces, sin darse cuenta, es quien aísla a los chicos por miedo a que se burlen. Pero los niños tienen que ser niños, jugar, caerse, levantarse. Hoy la veo y me siento orgullosa”.
Además de encontrar una nueva forma de ver a su hija, Paula también comenzó un nuevo camino. “Estando en Pata Pila he podido darme cuenta que si uno se propone, puede. Nos da herramientas para enfrentarnos a distintas situaciones, nos enseñan y aprendemos. He estado en talleres de pintura y costura. Con eso pude hacer mochilas, almohadones, bolsos con dibujos”. En su comunidad, marcada por la pobreza estructural y la discriminación, la autoestima es un desafío constante. Paula lo sabe bien: “El valorarse uno mismo, amarse uno mismo es lo primero, aceptarse. Muchas veces me decían que era una inútil, y yo me la creía. Pero ahora sé que valgo mucho, que puedo mucho y que podré más”. Cada pequeño paso hacia su desarrollo personal se refleja en su vida diaria. “He tenido que superar muchos obstáculos para sentirme en paz y tranquila
junto a mis hijos. En este tiempo, cuando me siento mal o bajoneada, lo que hago es bañarme y peinarme. Eso me cambia. Un día, limpiando un piso, sacudí un trapo y ese trapo era yo. Yo me sentía así, pero aprendí a superar esa sensación”.
El futuro en sus manos
La historia de Paula es la historia de muchas mujeres en el norte de Argentina, quienes, pese a la adversidad, se levantan cada día con la fuerza y el amor necesarios para sacar adelante a sus familias. Paula, que no solo se ocupa de sus hijos, sino que también sigue sus propios sueños, es ejemplo de ello. “Sueño con tener un título terciario o universitario. Vengo de una familia que dice ‘somos originarios y no podemos’, pero yo les digo que sí, que sí podemos. Y estoy aquí, de pie, luchando por mis hijos, por mí. Mi hija mayor está en segundo año de enfermería, y la otra en cuarto año de secundaria. Me llena de orgullo verlas crecer y superarse cada día”.
A pesar de su difícil situación económica y de vivir en una casa de apenas 6×5 metros, Paula encontró algo más valioso que cualquier bien material: la paz y la felicidad de ver a sus hijas sanas y fuertes. “Tener a mis hijas bien, eso es la felicidad. Hoy, aunque no tenga mucho, tengo paz. Y soy feliz”.
Pata Pila: un apoyo que va más allá
El impacto de Pata Pila en su vida va más allá del apoyo a su hija. “Me enseñaron que soy mujer y que valgo mucho, que puedo hacer muchas cosas por mí misma. Volví a la escuela, aprendí a coser, y cambié mi rutina. Hoy siento que puedo lograr lo que me proponga”.
En la provincia de Salta residen aproximadamente 500 comunidades indígenas que pertenecen a más de 14 pueblos originarios. Estas comunidades viven en condiciones de pobreza estructural, enfrentando dificultades extremas como el acceso restringido al agua potable y los servicios de salud, además de la desnutrición infantil. Sin embargo, en medio de estas dificultades, mujeres como Paula son la esperanza de un cambio, la fuerza que sostiene el futuro de sus familias y comunidades.
En este Día de la Madre, la historia de Paula Arias resuena como un recordatorio de la valentía y la fuerza de tantas mujeres que, en el silencio de
sus hogares y en medio de realidades difíciles, luchan cada día por un futuro mejor. Son ellas quienes tejen el destino de sus familias y comunidades, recordándonos que, aunque la vida sea dura, el amor y la resiliencia pueden transformarlo todo.
En Pata Pila queremos seguir acompañando a las madres y familias que más lo necesitan. Para construir un mejor futuro para ellas doná acá.