Argentina en la encrucijada
Por Antonio Muñiz (*)
Argentina enfrenta, una nueva vez más, un cambio de gobierno en medio de una crisis económica y social compleja y de difícil pronóstico. El gobierno que se va, pese a contar con amplios apoyos en el mundo empresarial, en los organismos internacionales, y ganar legítimamente en una segunda vuelta en 2015, nunca pudo encontrar un rumbo claro ni generar un proyecto de país integrado y sustentable. Quedó enredado en sus limitaciones políticas e ideológicas y en su lógica de “negocios para los amigos. Su impericia, sus errores y “horrores” lo llevaron a un acuerdo con el FMI que condenó el destino de su gobierno. Al completar cuatro años de gestión no puede mostrar ningún logro significativo y con una gestión económica que muestra números de catástrofe, tanto en inflación, déficit fiscal, endeudamiento, pobreza, indigencia, primarización de la economía, etc. La ciudadanía expresó su repudio en las elecciones nacionales, donde el gobierno perdió de manera aplastante frente a una coalición amplia centrada en el peronismo y en las figuras de Alberto Fernández y Cristina Fernández. En 2015 CFK entregó su gobierno en una situación económica relativamente estable, desendeudado, con índices de crecimiento bajos pero de crecimiento, y en general todas las variables económicas manejables, salvo la más compleja, pero estructural, restricción externa de la falta de dólares en la economía. El gobierno macrista no solo no solucionó ninguno de los problemas heredados, sino por el contrario profundizó todos y creó nuevos y más graves.
Más allá de la impericia, errores y soberbia ideológica que nos llevaron a esta situación hubo una corrupción generalizada en todos los estamentos gubernamentales, que la justicia deberá investigar en los próximos meses, pero hay además limitaciones estructurales que debemos analizar y resolver para terminar con este ciclo de fracasos y crisis periódicas.
El potencial argentino
El fracaso de la nueva experiencia neoliberal nos muestra una vez más, que, si bien Argentina es un país rico, con abundantes recursos naturales, agro alimentos, minería, energía, etc., estas riquezas no alcanzan para generar un modelo económico de desarrollo integrador e inclusivo.
Quedó claro, una vez más, que con un modelo basado en la exportación de commoditys agro-mineras y servicios, es imposible darle una repuesta a los 45 millones de argentinos. Argentina es un país con una matriz productiva heterogénea, con fuerte presencia del sector industrial. La industria manufacturera genera más de 1.300.000 puestos de trabajo, casi el 20% de la población económicamente activa. La industria no solo es el principal empleador, sino también el que paga mejores salarios y el que presenta mejores índices de formalidad. Cada puesto industrial directo genera, además, 2,5 empleos indirectos.
Contrariamente a lo que se cree, el 25,1 % de las exportaciones son manufacturas de origen industrial, un 38,5 % manufacturas de origen agropecuario, solo un 29,5 % productos primarios y un 6,6 petróleo y energía. (Datos enero 2019), Con esta realidad actual, a pesar de las políticas de desindustrialización llevadas en las últimas décadas por las políticas neoliberales, Argentina cuenta con la capacidad, la historia y la estructura para lograr un proyecto de desarrollo integrado y jugar un rol más significativo en el comercio mundial.
¿Cuál es la estrategia para lograr esos objetivos de desarrollo?
Si bien es cierto que el mundo está en un proceso muy convulso, con la lucha por la hegemonía global entre EEUU y China como telón de fondo y una fuerte recesión en el comercio mundial, existen para Argentina oportunidades. Desde la generación del 80, aunque el debate ya estaba en la sociedad desde la época colonial, hubo un conflicto permanente entre dos modelos de país, un modelo agro exportador, asociado al puerto de Buenos Aires y sometido a las lógicas y necesidades del imperialismo inglés, contra un modelo industrializador, sustentado por Moreno y sobre todo Belgrano primero, más tarde por muchos caudillos del interior y más tarde por figuras como Alberdi o Pellegrini. Gran parte de nuestra guerra civiles durante el siglo XIX, se explican por la lucha entre la burguesía comercial porteña, asociada con sectores oligárquicos provincianos, más los intereses comerciales y financieros británicos, contra los sectores populares del interior que defendían un modelo económico pre industrial, pero autónomo y generador de trabajo.
Esa dicotomía entre campo o industria, entre ser un país agro exportador o un país industrializado recorre toda nuestra historia. El próximo 10 de diciembre se inicia un nuevo gobierno de orientación peronista con clara vocación industrialista, movilizador de todos los recursos y a favor del desarrollo del mercado interno. Hay que dar por superada la disyuntiva entre campo e industria, la lógica próxima debe ser campo industria, minería y servicios integrados en un proceso de agregar el mayor valor posible a toda nuestra producción.
Para eso, se necesita una política industrial muy fuerte, que agregue valor a la producción primaria pero a su vez fomente el desarrollo de sectores productores de bienes de media y alta tecnología. Debemos aprender de la experiencia de los países centrales la aplicación de políticas de desarrollo industrial extendidas, de largo plazo, que ponen el objetivo central en la generación de valor a través de la innovación científica y tecnológica permanente. Estas iniciativas integrales deben ser de articulación público-privada. En todo proceso industrializador es clave la participación del Estado.
Restricciones estructurales
La historia económica argentina muestra crisis cíclicas de expansión y frenos, conocidos como “stop and go”. Muchos economistas siguiendo el pensamiento de Marcelo Diamand hablan de una matriz productiva desequilibrada, que en periodos de crecimiento industrial aumenta la demanda de dólares para la importación de máquinas y equipos, productos intermedios, etc., que se destinan a la industria. A mayor crecimiento mayor es la demanda de dólares. Esto lleva a un punto en el que se produce una crisis externa por la falta de divisas con fuertes presiones devaluatorias sobre el peso.
Esta restricción se vio claramente en la última etapa del gobierno de CFK, cuando el proceso de industrialización había tocado un techo y se manifestaban fuerte presiones contra el peso, con una fuerte demanda de dólares, no solo para financiar el proceso sino también el ahorro de ciertos sectores medios, más la apropiación y fuga de divisas por parte de los bancos y los grupos concentrados. La respuesta natural del gobierno fue poner restricciones a la compra venta de divisas y una administración férrea de las importaciones.
En una economía como la Argentina la única manera de generar dólares es a través del comercio internacional o el endeudamiento externo. El gobierno de Macri, en sus comienzos levantó “el cepo” cambiario y comenzó a generar una fuerte deuda externa, no para financiar un proceso industrializador, ni para desarrollar infraestructuras básicas, sino para financiar gastos corrientes y para peor financiar la fuga de capitales, que llegó a límites pocas veces vista. Este endeudamiento irresponsable, rayano en lo delictivo, volvió a generar una crisis externa con fuertes y reiteradas devaluaciones, de 9,50 pesos en diciembre de 2015 a 60 pesos en octubre de 2019, altísimas tasa de interés que permitieron la bicicleta financiera y pingues ganancias para los operadores, alta inflación, recesión, fuga masiva y pérdida de reservas, para terminar poniendo nuevamente restricciones muy duras a la compra venta de dólares. Si observamos el desempeño de las exportaciones, las ventas argentinas al mundo son un 30 % más bajas que en 2011, cuando alcanzaron un pico de casi 83.000 millones de dólares.
Esto puede explicarse por la crisis recesiva en el comercio mundial, la crisis en Brasil, nuestro principal socio comercial, la caída de los precios de los commoditys, etc., pero también muestra la pésima gestión del gobierno macrista en el área, que no tuvo ninguna política de fomento de la exportación y usó las importaciones de bienes finales para frenar los precios internos, desarticular las industrias menos competitivas y beneficiar directamente a sus socios amigos de las cámaras de importadores.
En cambio en el último año, con la crisis y la recesión instalada, la balanza comercial alcanzó 12 meses consecutivos de superávit: llegó a u$s1.168 millones en agosto de 2019. Las exportaciones subieron en agosto un 7,5% interanual a u$s5.568 millones, mientras que las importaciones cayeron un 30,3% a u$s4.400 millones.
“La trayectoria superavitaria de la balanza comercial es consistente con la contracción económica que experimenta el país desde 2018″. Según señala el CIPPEC , «la economía argentina padece una dinámica que se repite hace décadas: la trampa de crecimiento interrumpido”. Es decir el fenómeno de “stop and Go” del que hablamos líneas más arriba.
“Cuando el crecimiento se interrumpe, las importaciones caen rápidamente, mientras que las exportaciones se mantienen o incluso crecen producto de la corrección cambiaria. La Argentina se encuentra en esta fase del ciclo, tal y como muestran las cifras del saldo comercial de agosto”.
Pero el país necesita dólares para funcionar, solo para el pago de capital e intereses de la deuda en 2020 se necesitan unos 45.000 millones. Una cifra imposible de pagar, por eso el nuevo gobierno ya ha entablado negociaciones con el FMI para refinanciar la deuda a mayores plazos.
Romper la lógica pendular
Es fundamental que Argentina rompa esta lógica pendular, cambie el eje de su mirada sobre los problemas económicos que padece históricamente. La mirada neoliberal de apertura indiscriminada, primarización de la economía y apropiación y fuga permanente de la renta acumulada por los argentinos mostró su inviabilidad histórica. Una política económica “ofertista” y posterior derrame mostró también su falacia. Como decíamos anteriormente el próximo gobierno encarará un proceso de industrialización acelerada, creemos que tampoco pueden funcionar en el mediano y largo plazo políticas de desarrollo basadas en la industrialización por sustitución de importaciones (ISI).
Hacia la planificación estratégica participativa
Si bien las urgencias del corto plazo son complejas y requerirán tiempo y esfuerzo es necesaria una planificación estratégica para lograr una argentina desarrollada. Una planificación de este tipo no puede pensarse para el período de un gobierno sino como un proyecto a 20/30 años. Esta planificación deberá ser consensuada y elaborada con una alta participación de todos los actores involucrados. Debe ser un proyecto de país, en el que las mayorías populares se sientan parte y beneficiarias del mismo.
Las oportunidades de inversión y desarrollo para Argentina son muy promisorias, si la comunidad toda asume un compromiso de llevar adelante estas políticas y acciones. Por supuesto, competir con bienes industriales y con valor agregado en un mundo donde la frontera tecnológica se corre día a día, es difícil. En una muy breve síntesis podemos decir que Argentina debe pensarse a sí misma dentro de la Patria Grande continental, no por un tema ideológico, sino de oportunidades de negocios, aprovechar un mercado ampliado, mejorando nuestra escala de producción; aprovechar las oportunidades que deja la expansión de China sobre los países de Latinoamérica.
China puede ser un buen socio para el desarrollo de energía, transporte, tecnologías, comunicaciones, financiero y además un mercado importante para nuestros alimentos elaborados; en este orden un gran eje debe estar puesto en el desarrollo de una industria alimenticia de escala mundial, para ello se deberá agregar valor a la producción agropecuaria; incentivar a las industrias que producen para el mercado interno, como textiles, metal mecánica, marroquinería, que ocupan rápidamente mano de obra; fomentar una minería sustentable, que no destruya el medio ambiente, pero agregándole valor, es muy necio exportar minerales sin industrializarlos, ya que la utilidad que deja es muy poca.
El litio en el norte, por ejemplo, es una oportunidad para desarrollar tecnologías y fábricas de baterías; los yacimientos de Vaca Muerta son otra oportunidad de generar una industria petroquímica a partir del petróleo y el gas; reformular el sistema bancario financiero, con una orientación clara para que los ahorros de los argentinos vayan a financiar el consumo, la vivienda y la producción, no al servicio de la especulación y la fuga.
Capacitar mano de obra en el uso de nuevas tecnologías, ésta debe ser una tarea conjunta del estado y las empresas para lograr recursos humanos altamente capacitados. Una estrategia de desarrollo no puede basarse en bajos salarios, Argentina no es un país de oriente. Por el contrario debe pensarse en altos salarios, mayor productividad, con un mercado interno importante; Argentina aún está a tiempo de adaptar sus políticas e instituciones a la llamada Cuarta Revolución Industrial (4RI), es decir, el conjunto de nuevas tecnologías (como la Inteligencia Artificial, Internet de las Cosas, Big Data, la impresión 3D y los sensores inteligentes, entre otras) que están cambiando la forma en que producimos, consumimos y trabajamos.
Es fundamental la creación y fortalecimiento de un sector pyme industrial y de servicios, que sea líder en el proceso de industrialización. El estado deberá cumplir un rol central en este proceso, deberá ser un socio activo de las empresas, deberá administrar premios y castigos, llevar adelante la planificación participativa de estas políticas, ser el articulador entre los organismos públicos y privadas para promover las investigaciones científicas y tecnológicas pero también su transferencia hacia las empresas, generar una banca pública al servicio de los objetivos planificados y un orientador de los bancos privados hacia la financiación de las pymes y las actividades productivas, un promotor de venta de nuestros productos en el exterior a través de las diversas estructuras que posee y en la organización de misiones de negocios.
Por último y tal vez lo más importante, es necesario romper el tabú neoliberal, es necesario recuperar el Estado empresario, para que esté presente allí donde el capital privado no puede o no quiere estar o donde las necesidades estratégicas lo requieran. La puesta en marcha de este proceso requerirá un cambio cultural y aptitudinal muy importante, ya que para su éxito se requiere la puesta en marcha de toda la comunidad en los objetivos fijados.
El tren de la historia vuelve a darnos otra oportunidad, subámonos a él.
(*) Presidente del PJ de Luján.
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